miércoles, 4 de marzo de 2009

Lust (7)

Otra vez la oficina, los compañeros, el jefe. Otra vez la mesa de trabajo llena de notas con recordatorios. Otra vez su casa, sus peces de colores. Otra vez su vida.

Ana se sentó en su puesto de trabajo y mordisqueo el lapicero leyendo los mensajes de su ordenador.

-¿Qué tal las vacaciones niña?- Le dice un compañero
- Bien, bastante bien.
-Descansaste, se te ve mucho más relajada. Me alegro por ti.

Otra vez la jornada de nueve horas y vuelta a su casa. Montevideo es aterrador cuando hace calor. La gente te amotina en el metro como si les fuera la vida. Llegó a casa dos horas más tarde de su salida del trabajo. Las piernas no soportaban más los tacones.

Tiró el bolso en el pasillo y fue dejando los zapatos por el camino. Cogió el móvil y miro los mensajes. Jezabel le había dejado uno: “Carlos me manda muchos besos para ti, esperamos que la vuelta allá sido tranquila y el trabajo también. Un beso.”

Pasaron las semanas y Ana no podía dejar de pensar en aquellos días en la casa rural y en aquel hombre que la había marcado física y mentalmente. No le dejo su teléfono y se había ido sin despedirse de ella. Pensó en llamar a Jezabel más de una vez, preguntarle a Carlos si tenía el teléfono de Darío, pero se veía patética con aquella situación y al final retrocedía. Darío tendría su vida, y ella no formaba parte de ella.

Varias veces quedo con Jezabel, a comer. Disfrutaba mucho con ella y con su alegría. Le había preguntado alguna que otra vez por Darío de un modo superficial pero ella no sabía nada de él tampoco. La dijo que la amistad era por parte de Carlos y no de ella, por lo que sólo le veía cuando coincidía y eran pocas las veces que eso había pasado. Jezabel la acompañaba al trabajo siempre que comía con ella e hicieron una buena amistad. Todos sus compañeros la acosaban con su amiga y la preguntaban quien era y de donde había sacado aquella amiga tan maciza. Ella se reía con aquella situación y pensaba que si dijera la verdad, una frase tipo: “Olvídate de ella que es la putita de un conocido”, pondrían cara de susto.

Cada vez que se quitaba las ropa y miraba sus nalgas, veía aquella marca y la recordaba lo zorra que podía llegar a ser. Y lo que había sido. Más de una vez se había masturbado pensando en la forma que tenía Darío de tomarla, recordando sus susurros y sus palabras obscenas en su oreja. Aquella depravación que irradiaba. La forma de obligarla a mamarle el pene de rodillas y decirle lo puta que se sentía ante él.

Con el tiempo, Ana fue sintiendo menos dependencia de aquellos recuerdos y poco a poco se empezó a sentir mejor consigo misma. No sabía si había llegado a enamorarse de aquel extraño pero él tenía razón en una cosa: El mundo era distinto desde entonces.
Los hombres no la llamaban la atención con los comentarios que tiempo atrás podrían haberla conquistado. Las copas en los bares los fines de semana ya no eran lo mismo. Ya no la llenaban por que había conocido otra forma de vivir totalmente distinta. Otra forma de disfrutar de las cosas. La depravación, el sexo con otra gente distinto totalmente al que ella había tenido. Todo lo que ahora le rodeaba era poco. Todo lo que cualquier hombre la dijera no era suficiente para hacerla parar en la calle y sonreír como antes.

A veces se sentaba en un banco del parque y observaba la gente pasar. Se preguntaba cuantos de todas aquellas personas tan normales exteriormente serían tan depravados como Darío o Carlos y cuantos tendrían una vida sexual tan distinta a lo convencional.

Cuantas mujeres, tan seguras de si mismas y tan frías y distantes se pondrían de rodillas en su casa, o delante de su amante. Por que todos tenemos algo que ocultar, todos tenemos nuestros desvíos, nuestros castillos dentro de nosotros.

Una tarde en la oficina, al regresar de comer con sus compañeros Ana vio sobre la mesa de trabajo un sobre cerrado. Cuando lo abrió se quedó sin aliento. No podía salir de su asombro. Reconocía perfectamente aquella letra.

"Hotel NH, Habitación 345" A las nueve de la noche. Un día. ¿Te atreves?"

¡Era él! Después de un casi cuatro meses sin saber de Darío y creyendo a ver superado los días que pasó con él recibía aquella nota y una explosión de sensaciones se apoderó de ella. Del sobre cayó una de esas tarjetas electrónicas de apertura de puertas.

-Claro que me atrevo- Susurro-Claro que me atrevo.

Salió del departamento y topó con la chica de recepción.

-María ¿Quién me trajo esta nota?

-Un tío muy bueno, no se quien era. Pero preguntó hace media hora por tu mesa- Contestó la joven- Le indiqué y al poco volvió y se fue. Casi coincides con él ¿Por qué? ¿Pasa algo?

-Dile al jefe que no me encontraba bien y que me fui a casa, por favor- Dijo corriendo al ascensor y entrando en él.

-¡Vale!- Grito la recepcionista.

Ana salió a la calle y miró a todas las direcciones, pero no lo vio. Llamó a un taxi, miró el reloj. Eran las seis y media de la tarde. No podía creer lo que le estaba pasando. Llegó a casa a gran velocidad, se duchó, se depiló. Otra vez volvería a verlo y no le importaba que desapareciera otra vez de su vida como la última vez. Se daba cuenta que tan sólo un palabra que saliera de su boca bastaría para seguirle allá donde fuera.

A las nueve menos cuarto está en la puerta de la habitación 345, con el corazón en un puño. Entró en la habitación. Estaba totalmente vacía. Sobre la cama una nota y una fina tela negra.

"Ya sabes lo que tienes que hacer"

Se quitó la ropa, se ató la venda a los ojos y se puso de rodillas en el suelo esperando impaciente la llegada de Darío. Pocos minutos que parecieron eternos oyendo cada detalle, cada ruido del hotel que se aproximaba a su habitación, hasta que por fin pudo distinguir unos pasos que se aproximaban y el ruido de la tarjeta electrónica pasando por la ranura de la puerta.

El corazón le salía del pecho oyendo como se aproximaban las pisadas. Notó su olor, el olor de Darío acercarse a ella, aquel perfume que tanto le gustaba. Notó su mano apartándola el flequillo de la cara y acariciarla la mejilla.

Notó los labios de Darío y su lengua en el cuello y sus manos deslizándote por su espalda y rozarle con delicadeza la marca que llevaba con su letra. Su forma de cogerle la melena en una coleta con una mano para luego tirar de ella hacía él y su forma de morderle la boca hasta hacerla temblar de dolor.

Otra vez estaba a su merced y ahora no sabía como acabaría todo aquello pero tampoco le importaba con tal de disfrutar una vez más de aquel hombre que tan sometida la tenía a sus antojos.

La tiró sobre la cama, poniéndola las manos sobre su cabeza y atándolas entre sí con algo que se le clavó en la piel. Ella esperaba una palabra, oír su voz, pero Darío no decía nada. Tan solo el ruido de su respiración sobre ella mientras la inmovilizaba las manos y apretaba sus muñecas.
Le agarró los senos con fuerza y las apretó. Ana se retorció de placer. Las chupaba y lamía una y otra vez disfrutando de cada centímetro de su cuerpo. Volvía a morderle la boca, pasó sus dedos por su sexo empapado metiéndolos dentro de ella.

-Maldito cabrón- Se dijo así misma- ¿Por qué me haces esto?-Volvió a decir su voz interior.

-Mi bella putita- Por fin oyó otra vez aquella voz en su oído-Ha pasado mucho tiempo y aún así sigues tan dispuesta como el último día que te tome.

Ana intentó decirle algo pero Darío la tapó la boca con la mano y le encajó el pene haciéndola gemir de placer. Mientras la penetraba la sujetaba con fuerza hasta casi ahogarla, ella abría las piernas para sentirle más dentro de si. Se retorcía en cada embestida como si le fuera la vida en ello, disfrutando de cada momento.

Saca su miembro y la da la vuelta poniéndola a cuatro patas. Sus manos atadas la hacen casi perder el equilibrio pero Darío la coge del pelo y la empuja hacía él con dureza, volviendo a meterle el pene hasta atrás.

-Ana…No quiero oír más que tus gritos mientras te penetro. Eso es zorra. Casi no recuerdo como gritas cuando acabas.

Un orgasmo la inunda las entrañas, abre la boca para gritar pero la lengua de Darío girándola la cara con la mano se mete hasta su garganta, hasta ahogarla el gemido. Saca su pene del sexo y se la mete en el culo, bombea y al poco acaba corriéndose dentro de ella llenándola el culo de semen.

Había olvidado que se sentía con el culo lleno de leche. Aquella sensación la ponía muy cachonda, pero los nervios casi no la dejaban respirar. Lo tenía encima de su espalda sujetándola por los senos, notaba sus convulsiones por encima de su piel mientras la vaciaba sus fluidos dentro de su culo. La apretó aun más. Soltó la cuerda que ataba sus muñecas y quito la venda que la cubría los ojos.

La beso y la dio la vuelta. Los ojos de Darío se clavaron en los suyos como filos de cuchillos.

-¿Por qué te fuiste así?- Le dice.

Darío se levanta de la cama, se viste de nuevo y se acerca a la ventana.

-Tenía que salir de tu vida. Era lo justo después de la presión de una semana-Contestó-Vístete Ana, es tarde y mañana trabajas.

-No me llamaste, no tengo un número de teléfono ni se nada de ti.

Darío bajo la cabeza y sonrío. Se dio la vuelta y se ajustó el nudo de la corbata. Ana bajo la mirada, se puso la ropa interior, su vestido, sus zapatos y se arregló el pelo.

-Da igual- Dijo ella- Yo siempre estaré dispuesta para ti. Llevo tu marca que me recuerda cada día que soy lo que tú quieres que sea. Ya no me importa reconocer que has hecho conmigo lo que has querido.

Darío sigue mirando por la ventana sin decir una sola palabra. Se pone la chaqueta del traje dándola la espalda, con aquella frialdad pausada que le hacía tan superior. Ana abre la puerta de la habitación y se dispone a salir.

-Ana- Le dice entonces Darío.

Ana vuelve a cerrar la puerta y se da la vuelta. Al menos se despedirá hasta la próxima vez que la quisiera usar y ella no dudaría en dejarlo todo cada vez que eso pasara.

Darío mete la mano en uno de los bolsos de su pantalón, coge algo en la mano y se lo lanza a Ana desde el otro extremo de la habitación. Ella lo coge al vuelo, con torpeza y ve que son unas llaves con un llavero y una dirección escrita en él.

-Toda tu vida, Ana - Dice mirándola- Esos son muchos días... ¿Te atreves?

Ana mira el llavero con la dirección de su casa. Mira a Darío que permanece inmóvil. Su corazón a punto de estallar la golpea el pecho. Respira profundamente y el aire entra en sus pulmones. Él sonríe al otro lado de la habitación, con las manos en los bolsillos y su mirada digna. Ana con el pulso nervioso mete las llaves en el bolso de su chaqueta.

Lo mira y respira profundamente. Una sensación de calma se apodera de ella.

-Claro que me atrevo Darío. Claro que me atrevo.

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